Ana Mombiedro para Archiimpact.
¿Es cierto que el espacio condiciona el aprendizaje? Más concretamente, ¿Podemos, como arquitectos, diseñar un espacio en el que los alumnos sean más proclives a escuchar, atender o realizar una actividad concreta?
Una vez más, encontramos la respuesta en los vínculos entre la arquitectura y la neurociencia. Campo que avanza a pasos agigantados gracias a las aportaciones que se hacen en los simposios organizados por la ANFA, en San Diego. Allí los investigadores más punteros del mundo dan a conocer sus experimentos sobre la interacción entre el cuerpo y espacio teniendo como denominador común el cerebro. Esto no es más que inicio de un universo que se nos viene encima a los profesionales del diseño y que, hoy más que nunca, tenemos la posibilidad de estudiar con detalle.
Entender cómo nuestro cerebro percibe el mundo que le rodea, no sólo es fundamental para arquitectos y diseñadores. Cada vez son más los profesionales que se suben al carro de conocer qué podemos hacer para que nuestros pequeños y nuestros mayores, tengan una mejor experiencia del espacio.
En el caso de arquitectura educativa [1] encontramos el ejemplo más relevante en el Salk Institute de Louis Kahn, centro de investigación a las afueras de San Diego. La historia detrás de esta obra es realmente apasionante:
Jonas Salk ha pasado a la historia por ser quien descubrió la vacuna contra la polio [2]. Este descubrimiento vino en un momento muy concreto de su vida; tras muchos meses de investigación y trabajo, el científico americano decidió hacer un viaje de retirada espiritual a una basílica italiana. Fue allí, en la basílica de Assisi, donde encontró la inspiración, y logró dar con la solución al tema de la vacuna. Cuando regresó a Estados Unidos, se puso en contacto con el Instituto Americano de Arquitectos (AIA por sus siglas en inglés), pidiendo explícitamente que se investigaran cómo la disposición de la arquitectura influye al cerebro y, consecuentemente, al comportamiento humano. Salk estaba plenamente convencido que el entorno de la basílica le ayudó a conectar pensamientos y llegar así a la solución.
Después de esta petición al AIA, Jonas Salk se puso en contacto con el arquitecto Louis Kahn, pidiéndole explícitamente que diseñara un edificio que tuviera la capacidad de generar lo que él había experimentado en Italia. Este edificio era el gran proyecto del científico, una gran sede de la investigación, donde los investigadores pudieran encontrar la inspiración necesaria para solucionar los enigmas de la ciencia que persiguen en sus laboratorios.
Así nació el Salk Institute. Un lugar donde las mentes creativas encuentran el alimento necesario para generar respuestas. Donde la relación del edificio con su entorno es el elemento clave para conseguir este estado de concentración y creatividad que tanto busca la arquitectura educativa del s.XXI.
El edificio del Salk Institute se inauguró en el año 1965, pero encontramos otras obras anteriores de arquitectos que, sin necesidad de haber recibido un encargo explícito de Jonas Salk, diseñaron edificios que condensaban estos principios de concentración y creatividad como medio para afianzar el aprendizaje. Personalmente, creo que algo así es lo que sucede con la arquitectura funcionalista de los años 40.
Durante esta escueta primera mitad de SXX, los arquitectos funcionalistas de la Bauhaus pasaron años diseñando espacios cuyo principal cometido era propiciar el entorno idóneo para que las actividades se llevaran a cabo con éxito.
Alguna de estas joyas de principios del SXX son el archiconocido edificio de la Bauhaus de Walter Gropius, o la no tan conocida Baudenkmal Bundesschule (literalmente “edificio monumento”) de Hans Meyer. Utilizaré estos dos ejemplos para ilustrar algunos de los principios de la neurociencia aplicada a espacios educativos.
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Nuestro cuerpo en el entorno construido
Como la experiencia nos ha demostrado, nos sentimos más o menos cómodos en diferentes espacios según el momento del día en el que nos encontremos, según la intensidad lumínica del espacio o según los objetos que tengamos a nuestro alcance. Pero, aunque nuestra experiencia haya moldeado nuestro cuerpo de acuerdo a estos parámetros espaciales invisibles, es poco habitual que seamos conscientes de ello.
El éxito educativo de estos edificios viene en gran medida dado por la disposición de sus estancias, por los materiales utilizados y por la interacción que estos dos elementos generan con el usuario. Esta tríada, en consonancia con nuestro cuerpo, que alberga un sistema nervioso clave en el desarrollo de la percepción, forma la estructura que desde la neurociencia estudiamos. Abogando que el conjunto es más que la suma de sus partes.
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La disposición de las estancias y los materiales utilizados
Algo tan a priori sencillo como la permeabilidad visual o el recorrido, son factores clave para que el alumno, al hacer uso del espacio educativo, pueda generarse un mapa mental de dónde está en cada momento y qué puede hacer. Surgen situaciones interesantes cuando tenemos en cuenta que el usuario del espacio educativo no sólo es el alumno sino también el docente. Esta superposición de capas de funcionalidad se resuelve en el caso de la Bauhaus con líneas rectas para los recorridos y vidrio para las conexiones visuales.
Existen evidencias científicas que demuestran que reaccionamos de manera diferente según la geometría del espacio [3] y de ahí que, si nos rodeamos de formas curvas, que evocan la naturaleza, nuestras capacidades cognitivas sean diferentes que si nos rodeamos de formas angulosas. Dentro de las posibilidades del diseño podemos evocar formas de la naturaleza o introducir la naturaleza propiamente dicha en los espacios arquitectónicos.
En el caso de la Baudenkmal, la inmersión es absoluta. Hay conexión visual directa con el entorno desde casi todos los puntos del edificio.
Interacción espacio – usuario
Tanto docentes como alumnos, estamos constantemente expuestos al flujo de información que emana de nuestro entorno. Aquí es donde entra en juego la teoría se las affordances del científico James Gibson, que declara que un objeto/espacio tiene un número de grados de libertad, de posibilidades de interacción. Un ejemplo sencillo para entender la aplicación de las teorías de Gibson [4] al diseño sería la diferencia entre un juguete amorfo, de madera, sin colores ni formas concretas, y un coche de carreras que funciona con radiocontrol. En el primer caso, la pieza de madera puede ser lo que nuestra imaginación necesite, incluso del color o tamaño del que lo necesitemos. En cambio, el cochecito teledirigido, difícilmente podría hacerse pasar por un edificio o un teléfono. Los objetos de nuestro entorno están, por lo tanto, generando un diálogo invisible con nuestra imaginación, y, por ende, desencadenando una serie de comportamientos.
A la pregunta con la que arranca el texto de si el espacio condiciona el aprendizaje, ya podemos contestar que sí, y mucho. A la de si podemos diseñar un espacio en el que los alumnos sean más proclives a tener ciertos comportamientos, te invito a investigar sobre tu propia experiencia, pues ahí encontrarás la respuesta.
Extendiendo estas reflexiones fuera del ámbito encorchetado como “educativo”, gracias a los últimos –o no tan últimos– avances de la neurociencia, sabemos con certeza que la plasticidad neuronal es una realidad, y que no dejamos de aprender si no que cambia la eficiencia con la que lo hacemos. Los espacios que frecuentamos nos están enseñando algo, nos estamos comunicando con nuestro entorno de manera continua y constante. Tomar conciencia de este diálogo enriquece nuestras vidas y, si conseguimos aprehenderlo, pasará a ser una herramienta fundamental para que diseñadores y arquitectos construyamos un mundo mejor.
Ana Mombiedro para Archiimpact.
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[1] El término arquitectura educativa es muy amplio. En este caso me gustaría referirme a arquitectura para aprender y poner en práctica el conocimiento.
[2] Mind in Architecture, Neuroscience, Embodiment, and the Future of Design,MIT Press, 2015, London.
[3] Space and Human Perception – Exploring Our Reaction to Different Geometries of Spaces. Avishag, Shemesh, Moshe Bar, Yasha Jacob Grobman.
[4] “Seeing” and “feeling” architecture: how bodily self-consciousness alters architectonic experience and affects the perception of interiors. IsabellaPasqualini, JoanLlobera and OlafBlanke.