Artículo por Marisa González-Bandera y Marta Delgado
El espacio en el que ahora mismo te encuentras posee una materialidad, luminosidad, formalidad y orden específicos que hacen que tú, como habitante, te percibas en él de una determinada manera. Este espacio está provocando en ti una activación corporal específica y puede que te parezca más o menos agradable. Es posible que este provocando en ti una emoción específica.
En las escuelas de arquitectura se enseña a crear espacios en un sentido formal, teniendo en cuenta que debe ser duradero en el tiempo, habitable y estéticamente correcto. Sin embargo, factores como el componente sensorial y emocional de quien va a experimentar dicho espacio no se tienen en cuenta. Juhani Pallasma afirma que los arquitectos parecemos incapaces de acoger en nuestras obras los aspectos más sutiles, emocionales e imprecisos de lo que se entiende como hogar (Pallasmaa, 2019).
Otros arquitectos como Peter Zumthor o Steven Holl también hacen alusión en sus escritos a la capacidad que tienen los espacios para condicionar las diferentes experiencias de la vida cotidiana. En ‘Pensar la arquitectura’ Peter Zumthor nos explica cómo permanece en su memoria el recuerdo de cuando agarraba el picaporte de la puerta que daba acceso al jardín de su tía, y cómo este recuerdo le lleva a un lugar donde encuentra el afecto que sentía por ella. De alguna manera, en su trabajo, este arquitecto continúa volcando ese mundo emocional lleno de recuerdos que hoy le acompañan en su forma de crear espacios y generar una experiencia sensorial en quien recorre su obra.
Y aquí surgen las siguientes cuestiones: ¿sabemos los y las arquitectas lo que es la emoción? ¿Somos realmente conscientes de la influencia del espacio sobre éstas? ¿Debemos, como profesionales y habitantes de nuestros espacios, conocer este mecanismo intrínseco a todo ser humano para acentuar sus expresiones más hermosas y funcionales? Si tu respuesta es sí a esta última pregunta, continúa leyendo.
La primera pregunta a la que deberíamos responder sería ¿Qué es una emoción? Pues bien, una emoción es una respuesta fisiológica, evaluativa y conductual, es decir, se siente a nivel corporal, genera un pensamiento y nos lleva a realizar una acción –no podemos tomar una decisión sin que en ella intervenga la emoción. Se produce ante un estímulo externo o interno. Por ejemplo, cuando nos comunican de forma inesperada que hemos sido los ganadores de un importante premio, es posible que nuestro pulso y respiración se aceleren, que pensemos lo afortunadas que somos y que solo nos apetezca salir a la calle y saltar. Estaremos, por tanto, sintiendo un gran entusiasmo y alegría.
Este mecanismo intrínseco a cada ser humano tiene en realidad una función concreta. Las emociones favorecen y permiten la adaptación y la supervivencia de cada ser humano al medio en el que se encuentra. Según Paul Ekman, podemos diferenciar seis emociones básicas que se dan en cada una de nosotras independientemente de la religión, raza, cultura o lugar de nacimiento. Aunque estas continúan siendo estudiadas a día de hoy, como emociones básicas podemos encontrar:
- la sorpresa, que facilita la exploración
- la alegría, que favorece la afiliación
- la tristeza, que facilita la integración
- el miedo, que favorece la protección
- la ira, que activa la autodefensa
- el asco, que lleva al rechazo
La combinación entre ellas da lugar a lo que se conoce como emociones complejas, y estas sí pueden tener un componente cultural específico.
Conociendo un poco mejor lo que es una emoción, ¿cómo puedo reconocerlas, gestionarlas y regularlas en mí y en otros? Para responder a estas preguntas debemos adentrarnos en un concepto que surge en 1990 gracias a Peter Salovey y John Mayer. Estos investigadores acuñan el término de ‘Inteligencia Emocional’ y lo definen como la capacidad para percibir, facilitar, comprender y regular las emociones propias, así como, las de otros. Ellos proponen un modelo de habilidad, científicamente testado, mediante el cual esta inteligencia se puede aprender y mejorar.
El modelo de habilidad consta de cuatro ramas: percepción emocional, facilitación emocional, comprensión emocional y regulación emocional. A través de cada una de ellas se pueden trabajar aspectos como la identificación del contenido emocional de lugares y experiencias, conocer qué emociones optimizan nuestra toma de decisiones, comprender qué actividades nos llevan a experimentar una u otra emoción, determinar los antecedentes, significados y consecuencias de las emociones o evaluar que estrategias nos permiten mantener, reducir o intensificar nuestra respuesta emocional.
La Inteligencia Emocional aplicada a la arquitectura conllevaría, en primer lugar, la sensibilización del arquitecto con el contenido emocional de las experiencias a las que va a dar uso el espacio. Es decir, la comprensión de las diversas emociones que las personas sienten, por ejemplo, en la consulta del médico, en casa o en el parque, y la puesta en valor de las funciones de un crisol emocional particular para poder acompañarlas con la creación de atmósferas específicas. Y en segundo lugar, creando espacios que permiten el desarrollo de la propia Inteligencia Emocional: lugares sensorialmente flexibles que dan poder a los usuarios para facilitar atmósferas emocionales adecuadas a cada momento (como por ejemplo, bajar la luz para favorecer la concentración, el aislamiento y la percepción emocional), promoviendo así la adopción de estrategias de auto-regulación en las personas.
Por poner un ejemplo, la Casa Lis que Jørn Utzon construyó para sí mismo acoge al visitante con una atmósfera de serenidad, sensiblemente sintonizada a las emociones que transmite la isla de Mallorca, donde se encuentra el proyecto. Hay muchas aspectos funcionales, simbólicos y materiales que contribuyen a la creación de esta atmósfera. Por ejemplo, la construcción en piedra de marés, en contraste con los verdes de los árboles y los azules del mar y del cielo, evoca la arena de la playa, escena por excelencia de la calma y la plenitud. El proyecto lleva a la ralentización intencional del cuerpo, que debe recorrer áreas exteriores para llegar a los bloques habitacionales, dilatando así la experiencia de recorrer el hogar. Esta casa acompaña a la adopción de la tranquilidad, necesaria para la integración de experiencias y emociones intensas, convirtiéndose así en un verdadero refugio para el arquitecto.
Siendo ya consciente de todo lo anterior, te invitamos a que reflexiones. ¿Cómo te sientes, en el lugar en el que estás ahora? ¿Qué recorrido escoges para llegar a tu cafetería favorita? ¿En qué lugar de tu hogar te colocas cuando sientes tristeza?, ¿y cuando sientes alegría? ¿Cómo modificas el espacio a tu alrededor en función de tus emociones?
Si ahora cierras los ojos e imaginas estar en el lugar de la imagen, ¿cuál sería tu nivel de activación corporal? ¿La sensación que recorre tu cuerpo es más o menos agradable? ¿Qué componentes del espacio crees que te llevan a esa experiencia?
Con estas reflexiones te invitamos a que abras tus sentidos y te permitas experimentar cada sensación, atendiendo y comprendiendo un poco más acerca de ese material intangible e inherente a cada una de nosotras que es la emoción.
Este artículo es fruto del taller «LO QUE NO SE PUEDE TOCAR. Una mirada hacia la arquitectura desde la inteligencia emocional.» ofrecido por Marisa González-Bandera el 20 de Septiembre 2021.
Referencias
Brackett, M., Nathanson, L., Rivers, S. y Flynn, L. (2016). Creating emotionally intelligent schools with RULER. Emotion Review, 8 (4), 305-310.
Caballero, R., Castillo, R., Rueda, P. y Fernandez-Berrocal, P. (2016). Programa INTEMO+.
Mejorar la inteligencia emocional de los adolescentes. Ediciones Pirámide.
Damasio, A. (1996) El Error de Descartes. G. Putnam.
Ekman, P. (2003) Emotions Revealed: Recognizing Faces and Feelings to Improve Communication and Emotional Life. Henry Holt and Co.
Lam, L. T. y Kirby, S. L. (2002). Is emotional intelligence an advantage? An exploration of the impact of emotional and general intelligence on individual performance. Journal of Social Psychology, 142 (1), 133-145.
Mayer, J. D. y Salovey, P. (1997). What is emotional intelligence? En P. Salovey y D. J. Sluyter (eds.), Emotional development and emotional intelligence (pp. 3-31) Basic Book.
Morgado, I. (2010) Emociones e inteligencia social. Las claves para una alianza entre los sentimientos y la razón. Editorial Ariel.
Pallasmaa, J., (2019). Tocando el mundo. Ediciones asimétrica.
Zumthor, P. (2017). Pensar la arquitectura. Editorial Gustavo Gili.