Arte

El Zoo de los humanos. Arte relacional y comportamiento humano.

Pynchon Park es la primera intervención específicamente concebida para la nueva Galeria Oval del Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología de Lisboa. El artista Dominique Gonzalez-Foerste creó un entorno de ficción como respuesta al programa inaugural escogido por el museo; la dualidad Utopia/Dystopia.

A nivel artístico podemos considerarlo una obra de arte relacional, es decir, aquella creada para provocar encuentros. Por otro lado, nos interesa porque se propone como un espacio para observar el comportamiento humano bajo unas condiciones específicas…

Había una vez en una ciudad al lado del río y cerca del océano, un lugar llamado Pynchon Park. Un grupo de extraterrestres había decidido reunir ahí a humanos para observar y disfrutar de su comportamiento. El lugar parecía un gran estadio blanco, cubierto por una red y lleno de alfombras de libro gigantes y coloreadas para que los humanos se relajaran, jugaran y coquetearan juntos”  – fragmento introductorio

 

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El espacio oval minimalista tan cuidadosamente preparado que quiere evocar una playa artificial parece más bien como un gran parque de juegos que invita a los visitantes del museo a entrar en escena. También evoca los campos vallados en los que los humanos y otras especies han sido a menudo concentrados, incluyendo aquellos en los que refugiados y inmigrantes son apelotonados todavía hoy en día.

Hay libros gigantes de fieltro por el suelo y grandes pelotas de goma que hacen que parezca que todos hemos empequeñecido. El escenario se convierte en el lugar perfecto para pasar un rato con niños, que son los que más alborotan, juegan y participan de la intervención. Los padres son los segundos más activos del recinto, que vigilan a los niños o interaccionan con ellos. Se pueden ver también algunos jóvenes tumbados relajados sobre los libros de fieltro. Todos estos seres parecen realmente inconscientes de que otros tantos les observan desde fuera del estadio vallado. Se percibe una frontera entre los meros visitantes de la intervención, que pasean alrededor del óvalo con extrañeza y los verdaderos participantes, que ya despreocupados, se relajan dentro; como si estar siendo observado en la sala de un museo fuera tan normal como ir al parque.

Es interesante el trabajo de luces. Se supone que es un lugar propuesto en el que especies alienígenas observan el comportamiento de humanos a lo largo del día. Para acelerar el proceso, se acorta el ciclo día-noche de 24h a 24 minutos. Toda la intensidad lumínica de la sala y de un gran sol proyectado en una pared se regula a tales efectos de manera cíclica cada 24 minutos. Además, existe una única norma. Las puertas del recinto se cierran durante 7 minutos en cada ciclo, en las horas de oscuridad, en los que nadie puede entrar ni salir. Dos guardias de la exposición en la puerta se aseguran que así sea.

 

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La visita a este lugar me suscitó enseguida mucha curiosidad a la vez que impresión por los significados ocultos de una intervención tan aparentemente inocente. Mis observaciones confirmaron que durante los minutos de mayor oscuridad la actividad de todos los participantes se calmaba ligeramente, y bajaba el volumen de ruido. Algo predecible en la relación entorno-biología humana. Pero ¿cuántas cosas más acerca del comportamiento humano influido por variables cambiantes se podrían estudiar en entornos específicamente creados para ello?

¿Podríamos crear entornos arquitectónicos para simular situaciones cotidianas cambiantes y estudiar las reacciones humanas? ¿Podríamos evidenciar cómo el momento del día, luz, presencia de animales, plantas u otras personas afectan a las personas y su comportamiento? ¿El hecho de crear contextos aislados provocaría reacciones demasiado distantes de la realidad?

Me pareció muy curioso cómo en la intervención de Dominique se acelera el ciclo diurno. ¿Podemos crear lugares donde se aceleren ciclos naturales, políticos o vitales? ¿Qué pasaría si las reuniones en nuestras oficinas o las aulas de nuestras escuelas se convirtieran en lugares con un ciclo temporal y lumínico cambiante? ¿Favorecería nuestra percepción del paso de tiempo? ¿Intensificaría nuestro encuentro? ¿Enriquecería nuestra experiencia?

Encontré fascinante el hecho de crear un experimento así en un lugar público como un museo al lado del río, por que que cualquier familia en paseo podría atreverse a entrar un rato en la instalación y luego seguir su camino. ¿Se podrían usar lugares públicos para introducir variables y analizar reacciones?

Interesante constatar que la actividad principal de los asistentes era el juego. ¿Podríamos a través del juego en el espacio público aprender más sobre el comportamiento de los otros y el nuestro propio? ¿Son los objetos de juego los que lo incitan o es la propia naturaleza humana?

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En conclusión, ha sido la primera vez que me encuentro con un lugar específicamente creado para hacer ironía de la observación del comportamiento humano; pero que sin embargo me ha abierto muchas preguntas acerca de la posibilidad de llevar este tipo de experiencias al espacio público y la cotidianidad. Pienso que la mayor utilidad de algo así no debería ser la mera observación y toma de datos externa sino ser un espacio de ensayo para los propios participantes. Que nos sirva para entender nuestro propio comportamiento o el de nuestras personas cercanas y tomar mayor consciencia de quiénes somos y cómo nos comportamos.

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